Querida amiga nuestra:
Quiero decirle en primer lugar lo contentos que estamos mi
marido y yo con esta carta suya que creo constituye una promesa, y por la cual
Vd. consiente en pasar en Cuba y en casa "siquiera un dia"
Serán los dias que Vd. quiera, en nada deseamos violentarla,
ni aun en nombre del cariño y la admiración
que por Vd. sentimos. Igualmente le aseguro que allí recibirá Vd a las
personas en que lleve gusto, y si no lleva gusto en ninguna, pues aunque
yo tenga que pelearme con todo el mundo, no recibirá ninguna. Ni aun a mi, si no
me llama, ya ve.
La pasaraá Vd. mejor de lo que piensa pues aunque nada
pudiéramos ofrecerle solo con la devoción que iba a rodearla se sentiría Vd. confortada en sus muchos cansancios.
(Se que la palabra "confortada" no va a gustarle, pero yo no tengo otra para
expresarle con un mismo sentido lo que esta quiere decir).
En segundo lugar, Gabriela inolvidable, debo defenderme de
algo que Vd. me está diciendo desde el primer instante en que nos encontramos en
Rapallo.
Del hecho de que cuando visitó Vd. La Habana, yo no fuera a
saludarla, deduce que era o soy yo una criatura orgullosa, o por lo menos que
fue aquel un rasgo de orgullo.
Permítame amiga mia demostrarle que precisamente esa actitud
indica todo lo contrario. Pues el orgullo hubiera estado en ser su amiga, en
exhibirme con Vd. en lugares públicos, en fin en que todo el mundo viera que
Gabriela Mistral me distinguía con su trato.
Ya Vd. era una consagrada, una escritora de fama continental
(y no digo universal para no lastimar mas su modestia). No le habían dado el
Premio Nobel, pero a fe que no lo necesitaba para que se supiera ya entonces
que Vd. era la primera poetisa del mundo.
¿Y quien era yo? Pues nada. O si era algo nadie estaba por
aquel momento enterado.
¿Me imagina Vd. tan vanidosa de creerme yo solita un genio
sin que los demás hicieran nada por asegurarmelo? Creo que no.
Vea Vd. en mi actitud una naturaleza huraña, acaso mas bien
tímida… En fin vea Vd. hasta una descortesía que es pecado en el que mucho me apena
caer y en el que poco caigo, pero no me lo tome por altivez, cuando era Vd. la
única que tenía derecho a ser altiva.
Paso unos días en Nueva York, pero para la Nochebuena ya
estaré de regreso.
Voy a esperarla como a los Reyes Magos, con la misma ilusión,
con la misma confianza, con el mismo corazón de niña que perdí hace tanto
tiempo.
No me
tenga, se lo ruego, sin noticias. Verá como en Cuba, su reuma va a
desaparecer como por encanto… Así sucedió con la señora del Ministro del
Uruguay, veinte años padeciendo y veinte días en Cuba bastaron para curarla.
Pablo besa su mano, yo la sujeto para que esta vez no se me vaya.
Suya
Dulce María
PD
Gabriela, la dirección de mi nueva casa y que tan
sinceramente le ofrezco es Calle 19 número 502. Vedado. Va también al dorso del
sobre. Aunque es una casa grande sin niños, está llena de calor de hogar.
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