Foto: Pinos en Montréal
"Tenía ya quince años…Me fui al Canadá y fue allí donde, con los conocimientos poéticos de familia: Núñez de Arce, La Pesca, Campoamor, El tren expreso, escribí la poesía primera del campo de los rieles, un trece de mayo. Me sentí aterrado, la encontré muy mal, y sobre todo muy diferente a las demás que yo conocía como obras maestras. Los pinos del Canadá tienen una suavidad infinita entre sus ramajes. Empecé a sentir un amor profundo, puro, pacífico hacia la belleza. Me parecía que la belleza la tenía yo adentro. Me convertí en la criatura más vanidosa entre todas las criaturas de la selva norteamericana; había ardillas, había árboles pequeñitos de flores azules, que olían a naranja ; había campos de cranberry (1) y campos de fresas rojas y de moras negras y yo no comprendía toda esta paz silvestre, tan libre, tan libre siempre de las deformaciones del mundo. Yo no comprendía. Me acordaba que mi familia después de haberme considerado un ser inútil, me sentía ahora de una manera inesperada y muy distinta. Me acordaba que Barwich me había dicho que yo tenía un buen gusto; y efectivamente a nadie podían chocarle tanto como a mí las cosas feas, ni siquiera les tenía lástima; me sentía bello por fuera, porque mis cabellos se habían puesto negros y un blanco azuloso había sustituido por completo la amarillez de mi cara enferma, ¡porque por primera vez en mi vida estaba saludable!, saludable y sin embargo muy delgado como un hilo de plata, como una cadena de marfil. Bello ¡porque en la aldea decía que no había nadie más bello, y que parecía como un profeta a quien los caballos rabiosos de la boca no se atrevían a morder! Bello porque tenía quince años, porque conocía la belleza y la amaba tanto".
(1) Arándanos
Fragmento de una carta autobiográfica de Enrique Loynaz enviada a José María Chacón y Calvo en 1924. La carta está contenida en la Poesía Completa de Enrique Loynaz, publicada por "Letras Cubanas" en 2007 , compilada y prologada por Angel Augier.
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