Manuel de la Iglesia en Mundiario:
Retrocedamos por un momento veintiséis años. Estamos en La Habana en 1992. Allí, en la calle 19 esquina E, en el Vedado, vive Dulce María Loynaz. Faltan unos meses para que le otorguen el Premio Cervantes. La visito con cierta frecuencia, casi siempre con un ramo de flores o alguna delicatesen a la que puedo acceder en mi condición de extranjero. Los cubanos no están autorizados todavía a portar dólares ni a comprar en las llamadas tiendas diplomáticas. Dulce María está a punto de cumplir 90 años, pero sigue siendo un espíritu curioso y despierto, que mantiene la presidencia de la Academia Cubana de la Lengua. A sus miembros, entre ellos, a Eusebio Leal, historiador de la Ciudad de La Habana, quien funge de secretario, los reúne de pascuas a ramos y siempre en el salón principal de su propia casa, un palacete del siglo XIX....seguir leyendo
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