martes, 22 de agosto de 2017

Zaida Capote sobre el artículo publicado en The New Yorker

Leer a Dulce María Loynaz con Celia Cruz de fondo debe ser un ejercicio arduo. Pero todo vale cuando se precisa hilvanar una historia falsa. La reseña publicada por Carina del Valle Schorske en The New Yorker (http://www.newyorker.com/books/page- turner/the-internal-exile-of-dulce-maria-loynaz) sobre la antología Absolute Solitude, traducida por James O’Connor y publicada por Penguin Books, ofrece un perfil de la poetisa cuyos lectores más asiduos apenas podrán reconocer.

Equiparando el exilio de Cruz con el “exilio interno” de Loynaz, la estudiante de la Universidad de Columbia va tejiendo una maraña de referencias espurias. Cada quien puede hacer florecer su creatividad hallando señales inéditas en un texto literario. Esa es la razón de la crítica. Ahora bien, decir que los Poemas sin nombre son textos políticos o que Loynaz “buscó el éxito con su primer libro” son afirmaciones más o menos vanas. Y desconocen, para empezar, la personalidad de Dulce María. Pero afirmar que estuvo presa en 1959, según un testimonio incomprobable, cuando la propia escritora ha contado en Fe de vida —de 1994, aunque escrito en 1978— sobre el registro que hizo la policía en su casa y no menciona prisión alguna, o afirmar que por su procedencia de clase y por no afiliarse al Partido Comunista fue considerada una traidora, es extremarse en la banalización.

Ciertamente, no hubo que esperar a la caída de la Unión Soviética para que en Cuba se leyera de nuevo a Loynaz. Había presidido, en compañía de otros notables poetas cubanos, el Festival Poesía ’68, organizado por la UNEAC. En 1984 se publicó en La Habana un volumen de sus Poesías escogidas, a cargo de Jorge Yglesias. Y ya había recibido la Distinción por la Cultura Nacional y la Medalla Alejo Carpentier cuando Cintio Vitier y Fina García Marruz le organizaron un homenaje en la Biblioteca Nacional José Martí, en 1987. Ese año el Ministerio de Cultura le entregaría el Premio Nacional de Literatura, la distinción más alta que se otorga en Cuba a un escritor. Sus otros libros vieron la luz luego del Premio Cervantes en 1992, cierto; pero me permito dudar si Loynaz hubiera alcanzado tal distinción sin la activa promoción de instituciones cubanas como la Casa de las Américas, cuya colosal Valoración múltiple, al cuidado de Pedro Simón (todavía hoy una de las más útiles vías para acceder a su obra), se había editado en 1991. Y, al parecer, quien promovió activamente la candidatura de Loynaz al Cervantes fue su compatriota Pablo Armando Fernández, miembro del jurado....seguir leyendo

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